Muertos sí, desnudos no

Imagen de Rodrigo Prudencio en Pixabay
Imagen de Rodrigo Prudencio en Pixabay

A diario me admira la indulgencia que nuestra sociedad demuestra con la violencia, y la intolerancia significativa hacia el sexo. He de suponer, que existe una cantidad ingente de sesudos y pormenorizados estudios, cargados de gráficas multicolores y extensos porcentajes, demostrando que el sexo es mucho más perjudicial para el desarrollo del ser humano que la violencia. ¿Existen esos estudios?

Basta con poner un anuncio con la cantidad inadecuada de piel al descubierto, en lo que llamaremos una pose insinuante (con hombres y mujeres, no nos agarremos al tema del sexismo), para que al grito de erótico o pornográfico una horda de mentes biempensantes arremetan contra la impúdica exposición de carne. Alegando el efecto pernicioso, traumático incluso, que pueden causar esas imágenes en el pobre ciudadano indefenso, sobre todo en los niños. Ahora bien, si en esa misma marquesina lo que insertamos es un cartel del próximo taquillazo cinematográfico de acción, con un señor de cara fiera apuntando directamente a los viandantes con el cañón de su pistola, nadie entenderá que esa imagen represente ninguna amenaza para sus valores.

Si miramos los medios de comunicación un día cualquiera, informan sobre robos, agresiones, broncas diversas, alguna que otra noticia bélica (cuantas menos mejor porque no gustan) todas ellas apenas sin filtro. Si es posible con las imágenes pertinentes de la mayor crudeza bajo el manido epígrafe de «advertimos de la dureza de la imágenes», o el tradicional «estas imágenes pueden herir la sensibilidad del espectador». Desatendiendo el ninguneado horario infantil, a lo largo del día, podremos verlas repetidas en multitud de programas y cadenas, más lo que nos llegue por las redes sociales. Si la cosa tiene miga se emitirá durante varios días hasta agotarla.

La cantidad de trailers y películas con secuencias violentas a los que tenemos acceso en Internet es ilimitado. Gran parte del reclamo se basa en estimular al futuro espectador con imágenes de explosiones, tiros, golpes y violencia en su mayor parte desproporcionada y gratuita, aunque esa es otra historia.

Creo que todos estaremos de acuerdo en que existe un tipo de cine, el denominado Cine de acción, que en sus márgenes sustenta películas con un argumento irrisorio, y cuyo metraje se basa en una consecución de gente golpeando, disparando, acuchillando y otras variantes aceptables y creativas. Algo más allá va el cine Gore en el que la premisa argumental puede ser algo como «te voy a sacar las tripas mientras miras». Todo el mundo tiene su público y a mí me parece bien.

Una película llamada «normal» puede contener elementos realistas de cualquier tipo, menos sexuales. El sexo puede aparecer pero con cierto disimulo para no molestar al gran público, mientras que la violencia se puede mostrar abiertamente. En la comedia, especialmente en la gamberra, se da algo más de manga ancha. Se asume que mostrar piel es provocar intencionadamente. ¿Provocar qué?

No hablo siquiera de la práctica del sexo, sino de la simple presencia de un cuerpo desnudo, de hacerlo presente con naturalidad. Si quieres ir desnudo existe un gueto nudista donde no molestas a nadie que no comparta tus «extravagantes» ideas. Tan excéntricas que continúan apareciendo noticias como: El Museo de Orsay prohíbe la entrada a una mujer por su escote: «Sólo miraban mis pechos» o Expulsan a una madre por amamantar a su bebé en una piscina. La desnudez femenina siempre es peor que la masculina, esa es otra. De sobra es conocida la lucha de las redes sociales contra los pezones que está llevando a censurar obras de arte sospechosas, tales como pornográficas venus paleolíticas u obscenos cuadros de Rubens.

Los límites de la desnudez han ido cambiando a la par que la sociedad, desde aquellos tiempos en que había que bañarse en la playa con medias y sombrero. Hablo de nuestra sociedad occidental que las hay peores. Es curioso como el desnudo actual lo marca una porción del cuerpo que se corresponde con estos porcentajes: 1% genitales, 5% el culo, 9% el pecho. Por lo tanto para considerarnos desnudos es cuestión del porcentaje adecuado en determinada situación. En una playa exponer un 1% marca la diferencia entre tomar el sol con tranquilidad y que pueda venir la policía municipal para llamarte al orden.

En resumen, gestionamos una sociedad donde el listón de exposición a la violencia se mantiene bajo, permisivo y difuso, mientras que el de la desnudez continua siendo alto, aferrándose a una anticuada moralidad o a un nuevo puritanismo. Tener valores, moral y pudor está bien, es necesario incluso. Tal vez queda pendiente replantear los criterios aplicables sobre una pistola y sobre un pezón.

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«Decepción del polvo en la tormenta»

Portada Decepción del polvo en la tormenta
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