El periodista agradecido

Imagen de Şahin Sezer Dinçer en Pixabay 
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La serie se llamaba, o se llama, porque las series, sobre todo las buenas no mueren; como iba diciendo, la serie se llamaba «Lou Grant«. Lou Grant, era un tipo bajito, mayorcete, y con poco pelo (interpretado por el actor Ed Asner), un vivaz periodista veterano con tinta en las venas, que como editor de «Los Ángeles Times», repartía experiencia esforzándose por mantener intacta la esencia del periodismo comprometido.

Para él, no podía existir un buen periodismo sin una buena ética del oficio.

En aquella redacción había lugar para otros personajes, como el fotógrafo capaz de arriesgar el pellejo por una instantánea, la audaz reportera en busca de la verdad, y la todopoderosa propietaria del periódico Margaret Pynchon, interpertada por Nancy Marchand, e inspirada sin duda en Katharine Graham.

En no pocas ocasiones, el mayor peligro no estaba en las populosas calles de Los Ángeles, sino en los despachos, donde como dice Vito Corleone en El Padrino, están los poderosos, los que mueven los hilos. Eran esos poderes de despacho y sus intereses, quienes con mano invisible, alcanzaban a hacer desaparecer un titular, una noticia. Borrar la realidad incómoda o inconveniente.

Eran tiempos en los que los periódicos seguían siendo el pilar del «Cuarto poder«. «Libertad de prensa» no era un eslogan, era una necesidad, un derecho ganado a pulso.

Apenas existen ya series de periodistas, y los personajes que representan a la prensa son, en la mayoría una caricatura simplona, una mera excusa estereotipada para la trama. Los periodistas de Lou Grant eran el reflejo de aquella etapa, como los periodistas de ficción de las series actuales son el reflejo de la nuestra.

El poder y la influencia de los grandes periódicos se han desvanecido. Del mismo modo lo ha hecho el periodista de raza. No sé si es la máxima aspiración, pero la cota más alta de triunfo, para quien desea ganarse un puesto como «gran periodista», en la actualidad parece consistir en llegar a ser «tertuliano amaestrado» en algún programa de televisión, apresurándose en teatralizar opiniones dictadas, y posiblemente, necesitados en cubrirse con una pátina de prestigio intelectual, escribir al menos un libro que alaben propios e ignoren ajenos.

En demasiadas ocasiones, sonroja y da vergüenza ajena ver como vociferan especulando, como auténticos expertos en nada, de plató en plató de televisión, de cadena en cadena, sin que nos sorprendan, por esperadas, una sola de sus palabras. Retorciendo con desenvoltura los hechos para, si uno es un poco mal pensado, contentar a los herederos de aquellos poderosos de despacho que continúan moviendo los hilos.

Estoy seguro de que siguen existiendo auténticos profesionales que se dejan la piel. Da cuenta de ello la larga lista de periodista perseguidos, amenazados o asesinados en muchos países. No toda la profesión está podrida. Como espectador de esta realidad, no puedo por menos que preguntarme: ¿queda un Lou Grant y un grupo de periodistas como aquellos, en alguna redacción del llamado primer mundo?

Era cotidiano hace años, usar los periódicos viejos para envolver el pescado fresco. Mucho de ese olor penetrante, se percibe a través de las modernas pantallas cuando se reúnen «periodistas», para con la pueril solvencia y corrompida veracidad, que se supone a estómagos agradecidos, decirnos como están las cosas.

Me gustaría equivocarme, sin embargo, el día a día parece empeñado en demostrar que, la ética y el saber hacer que otros tiempos en la profesión periodística, en general solo existe como anticuado material de ficción.

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«Decepción del polvo en la tormenta»

Portada Decepción del polvo en la tormenta
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