La Megalópolis que devoró al mundo

Foto de Lukas Rodriguez - Pexels
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Dentro de los variados escenarios urbanos, ofrecidos por la ciencia ficción, encontramos inmensos rascacielos solitarios, cierto tren o barco errante, la claustrofóbica ciudad subterránea, las colonias espaciales o las ciudades flotantes. Por el momento, solo uno de los escenarios se está materializando: la «Megalópolis«. La ciudad gigantesca que crece y se extiende imparable e inabarcable.

Las grandes metrópolis no son algo reciente. La antigua Roma soportó, en la época de máximo esplendor del imperio, una población de un millón de habitantes, otro tanto ocurrió con la ciudad de Edo (actual Tokio) durante el periodo Tokugawa.

Para considerar a una ciudad como «Mega» o «Ciudad región» (otro término aceptado), su población debe alcanzar o superar los diez millones de habitantes. A su lado, los 80 mil habitantes de Andorra o los 350 mil de Islandia; ambos países soberanos, parecen una broma.

Una de estas mega-ciudades contendría la mitad de la población de Chile, o toda la población de países como Portugal, Honduras o Austria.

Sin embargo, esos inimaginables diez millones de habitantes, ya han sido superados ampliamente por algunas de las megalópolis actuales: Tokio (36 Mills.), Delhi y Seúl (22 Mills.), Bombay, Sao Paulo y Ciudad de México (20 Mills.). Las restantes, como Nueva York, Shanghái o Yakarta se acercan más a los 20 millones que a los 10 que roza Londres.

Una acumulación desorbitada de población, en comparación con los menos de cuatro millones de Madrid o los casi tres de Roma.

Ninguna de las mega-urbes deja de crecer, al contrario, su expansión se acelera devorando no solo el espacio, sino todo tipo de recursos humanos y materiales.

Quienes viven en ellas, quienes acuden buscando oportunidades de manera voluntaria o forzada por las circunstancias, son el verdadero sostén elemental de esas ciudades mastodónticas. Más ciudadanos equivale a mayor poder económico, y sobre todo político. Pero al mismo tiempo, ese sinnúmero de ciudadanos, son el mayor reto: interminables desplazamientos, falta de acceso a los recursos públicos, necesidad de infraestructuras, el acceso a la vivienda, el hacinamiento habitacional, la inseguridad creciente, el aumento de la pobreza, etc. En definitiva, la caída de todo aquello que entendemos por calidad de vida. Resultando el día a día, en una conversión en rehenes de una ciudad que prometía todo, y con demasiada frecuencia entrega migajas. Meras hormigas obreras, en una cola infinita de hormigas anónimas.

La pandemia del COVID 19 dio lugar a un éxodo urbano sin precedentes. Quienes pudieron, escaparon a lugares más pequeños, más habitables, rodeados de naturaleza o junto al mar. Huyeron, no solo del virus, también de la ciudad que les tenía cautivos. Una epifanía similar, a la de quien recibe el diagnóstico de una terrible enfermedad, y pasa a plantearse toda su existencia, su rutinaria infelicidad, su futuro. Es paradójico que la plaga global, haya ofreció una oportunidad, la excusa, el valor para escapar.

Como ocurría en la Antigua Grecia, estas nuevas Polis van camino de convertirse en ciudades estado. Sus alcaldes han pasado de meros servidores públicos, a celebridades que viajan por todo el mundo buscando alianzas. Los territorios y poblaciones fuera de su área de influencia o interés sufren despoblación, y luchan por su supervivencia, en una pelea absolutamente desigual y perdida de antemano. Se calcula que para 2030 más del 60% de la población mundial vivirá en ciudades, mucha de ella amontonada en alguna megalópolis.

Frente al éxodo, para quienes se quedan, se plantea una alternativa esperanzadora un nuevo modelo de ciudad: la ciudad de los quince minutos. A grandes rasgos plantea disponer todo lo esencial para la vida diaria (trabajo, educación, alimentación, ocio, espacios abiertos), a no más de quince minutos, caminando o en bicicleta, para garantizar un entorno amigable de proximidad social, retornando al concepto tradicional de comunidad. No me parece un mal planteamiento. No obstante, tiro de ironía en este caso, eso ya está inventado, se llama pueblo y están en peligro de extinción porque se les quiebra el futuro.

Si no se fomenta la pervivencia de pueblos y ciudades medianas, donde sea posible vivir, en un amplio sentido; no será posible pensar en otra opción, en otra vida. Hasta donde alcance la vista el mundo será una ciudad, y esa ciudad dura y hostil será el mundo.

Mi libro de relatos

(Leer fragmentos)

«Decepción del polvo en la tormenta»

Portada Decepción del polvo en la tormenta
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