Razonable traición

Imagen de DEZALB en Pixabay
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Traidor, forma parte de ese grupo de palabras que, inevitablemente, incita a la repudia, como: chantajista, pervertido o asesino.

Al chantajista se les dispensa atendiendo al motivo del chantaje, o la catadura moral de su víctima. Al pervertido se le puede tolerar, siempre que su perversión sea privada y no haga daño a nadie. En cuanto a los asesinos, existe el eximente de la «defensa propia».

Al traidor no se le admite disculpa alguna. Con independencia de los motivos y las circunstancias, siempre es y será un traidor. Basta con caer bajo sospecha. Incluso si las pruebas en su contra son escasas, livianas o fabuladas, pocos correrán el riesgo de salir en su defensa, y ser señalados a su vez de traidores. Como ejemplo, lo ocurrido al capitán Alfred Dreyfus, acusado de espionaje en 1894, y convertido en excepción histórica al tener la suerte de topar con la terca defensa de Zola (al que no le salió gratis).

Quien traiciona siempre corre un riesgo, pues aunque triunfe, la traición se paga. Recordemos a los tres oficiales celtíberos: Audax, Ditalco y Minuro, que por asesinar al caudillo lusitano Viriato, fueron recompensados por el consul romano Quinto Servilio Cepio con la muerte: «Roma no paga traidores«, sentenció mientras traicionaba a su vez el acuerdo prometido. Como dice el dicho: «Traición con traición se paga».

Judas entregó a Jesús, Malinche facilitó a Hernan Cortés derrotar a Moctezuma, Bruto dio la cuchillada final a César, Efialtes de Tesalia vendió a Leónidas. Quedaron unidos unos a otros para siempre. A cambio, el traidor gana su lugar en la historia. Su acto le degrada y le engrandece al mismo tiempo. Marca una inmensa diferencia entre lo que pudo ser y fue. Sin su intervención la historia sería totalmente diferente.

Julius y Ethel Rosenberg murieron en la silla eléctrica en 1953, acusados de facilitar a la Unión Soviética los planos de la bomba atómica. Mildred Gillars fue condenada de 10 a 30 años de cárcel por colaborar con la propaganda nazi.

Por tanto, se trata de seres miserables, débiles, cobardes y mezquinos que desean medrar. Ambiciosos sin escrúpulos, o bien envidiosos y resentidos que quieren vengarse de alguien mejor que ellos, superior a ellos. El traidor es consciente de su inferioridad, y su inevitable derrota en un enfrentamiento directo. ¿No denotaría eso su inteligencia? ¿Podríamos verlo de otro modo? Tal vez, como un individuo cansado de que tanto su propia persona, como sus ideas y argumentos, sean desdeñados, ignorados, desoídos y ridiculizados.

Incluso en la ficción, el gran protagonista se eleva si tiene un traidor a mano. Fredo Corleone paga por sus pecados, pero es Michael quien condena su alma en el fratricidio. Al igual que Macbeth, alcanzado el trono al asesinar al rey Duncan, o Darth Vader rindiéndose al lado oscuro, metáfora inmensa de la traición: oscuridad perpetua, deformidad, maldad, dolor interno y externo, castigo eterno.

Podemos entender al que se vende, disfrutando de los conseguido gracias a su repudiable acción, pero el traidor que flaquea atormentado por los remordimientos, ese nos repele. Así ocurre con el Coronel Nicholson en «El puente sobre el río Kwai«. El patético arrepentimiento tras la traición consumada, o peor, el que la frena impidiendo llevarla a cabo, le quita dignidad al traidor.

¿Existe el buen traidor?

Damos por descontado que, al traidor lo mueven oscuras motivaciones como la envidia, el menosprecio, la codicia, la venganza. Todo en interés egoísta. Sin embargo, en la larga lista de traidores, a algunos les han movido valores e ideales.

El Teniente Coronel Stuart Couch, «traicionó» su papel de fiscal militar en Guantánamo, al negarse a procesar a un prisionero torturado. El escritor Dalton Trumbo, pagó con la cárcel y la inclusión en la lista negra, su negativa a dar nombres para alimentar a la perversa jauría del «Mcmarthismo». El coronel Claus Von Stauffenberg, una de las figuras centrales de la Operación Valkiria para asesinar a Hitler, fue fusilado. Katharine Gun, una joven traductora, terminó enjuiciada por violar «La ley de secretos oficiales» del Reino Unido, al destapar un plan por parte de los Estados Unidos para espiar a países críticos con su postura en la Guerra de Irak.

Variadas son las razones que mueven a la traición. La próxima vez que oiga escupir la palabra «traidor o traidora» recuerde que, de manera excepcional, la traición puede ser un último y desesperado acto de valor.

Mi libro de relatos

(Leer fragmentos)

«Decepción del polvo en la tormenta»

Portada Decepción del polvo en la tormenta
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